Siempre he pensado que el mundo tiene un tornillo suelto… y es imposible que me digas lo contrario cuando el deporte con mayor crecimiento desde la pandemia es uno en el que te encierras con tres personas más en un rectángulo de 20×10 metros, rodeado de cristales y verjas.
¡Sí, señores! Estoy hablando del pádel.
Desde pequeño practiqué tenis, pero cuando me mudé a España en 2015, conocí el pádel… y me enganché. En ese entonces ya era popular allá, pero nada comparado con el nivel obsesivo–casi religioso–que tiene hoy.
Recuerdo que conseguir una pista a la hora pico era fácil. Hoy en día, si quieres reservar a las 7 pm en cualquier parte del mundo, necesitas hacerlo con un año de anticipación y con la preaprobación del presidente del país. Así de popular se volvió.
¿Y tú? ¿Cuándo escuchaste hablar por primera vez del pádel?
Seguramente depende de dónde estés. Fuera de España y Argentina (aunque nació en México), muchos lo descubrieron después de la pandemia. ¿Por qué? La respuesta es simple: estábamos hartos de estar encerrados, viendo a nuestra pareja todo el día y hablando solo por pantalla.
No es casualidad que después del encierro haya habido tantas separaciones. Así que, parejas del mundo: si siguen juntas, denle las gracias al pádel.
El boom tiene lógica: es un deporte noble. Basta algo de coordinación y ganas de mover la raqueta para disfrutarlo. No necesitas ser bueno, necesitas querer jugar. Y en plena “nueva normalidad”, fue la excusa perfecta para reunirse sin mascarilla, sin contacto físico y sin chocarse las manos: bastaba con chocar las palas.
Y aquí viene lo mejor: el cuarto set.
Ese glorioso momento en el que paras a tomar unas cervezas en el bar del club, hablando (con cariño) de lo mal que juega tu amigo.
Señoras y señores, niños y niñas: el pádel llegó, pateó la puerta y se quedó.
¿De dónde salió todo esto? Bueno, como casi todo lo genial en la vida: de un tipo con tiempo, espacio y pereza.
El pádel nació en México en 1969, gracias a Enrique Corcuera, un ricachón que se hartó de ir a buscar la pelota del frontón en su casa y decidió encerrarla entre paredes. Así, sin querer, inventó un deporte nuevo.
Años después, un príncipe alemán lo probó en Acapulco y se lo llevó a Marbella. De ahí brincó a Argentina, y luego al mundo.
No se necesita más contexto: fue una idea ridícula que terminó siendo brillante. Y ahora, tú y yo estamos aquí, pegándole a una pelotita contra una pared como si nos fuera la vida en ello.
Así que si alguna vez renegaste de la cuarentena o pensaste que el pádel era una moda, recuerda: para muchos, fue la luz al final del túnel.
Y si tú también la viste, tranquilo…
No estás loco.
Solo tienes…
Un tornillo suelto.
Venezolano en Madrid, escritor accidental. En estas columnas, Alejandro Simonelli observa, comenta y se ríe… empezando por él mismo. Síguelo en Instagram: @1tornillosuelto